Texto: Coral Barcos / @coralbarcos
Petricor:
el olor que produce la lluvia
al caer sobre suelos secos
El gato de mi hermana atrapó un gorrión, lo corrimos por toda la casa y pudimos salvarlo a tiempo.
La astucia del pájaro que primero fingió estar muerto en mis manos y luego salió volando.
Las dos terneras huérfanas que cría mi madre recostadas al patio no perciben el ruido de la tormenta acercándose. La brisa que golpea mi cara me recuerda que no hay nada mejor que volver al hogar.
Las primeras gotas bendicen tamaño evento.
Caminamos con mis hermanas y mi padre al Gauchito Gil una noche calurosa. Tomamos mate durante el camino. Los camiones pasaban zumbando, amenazando con hacernos caer y en el medio de la oscuridad nos alumbrábamos con linternas.
De lejos parecíamos luciérnagas promeseras.
Otro día, caminando con una amiga de toda la vida, vimos una paloma muerta en el medio del asfalto.
Estaba pecho arriba, con las alas abiertas, el viento aún movía lentamente sus plumas y eso me llamó poderosamente la atención.
Murió con las alas desplegadas.
Qué manera más digna de morir.
Cuando fuimos al cementerio con mamá, llevamos flores frescas recién cortadas de su jardín, en una botella de plástico cortada y velas blancas. Qué sorpresa la mía que al llegar una pluma verde fosforescente de cotorra coronaba la tumba de mi abuela.
Hoy es mi mayor amuleto.
Para escribir todo esto, regreso con la memoria.
Y cada imagen tiene de fondo un amanecer o atardecer guaraní.