Texto: Soledad Clavell / @sole_clavell
Hace más de dos mil años Aristóteles sostenía que el todo es más que la suma de las partes. El tipo era griego, de esos que valoraban el pensamiento. Decían cosas sobre la democracia también, pero en esa época excluían a mujeres, infantes y esclavos de su ecuación. Mucho después, la escuela de psicología de la Gestalt retomó la idea de esa frase pero en Alemania, y a principios del siglo XX. Se ocupaban del pensamiento, pero desde otro lugar, estudiaban cómo procesamos lo que nos viene del mundo. Un montón de chantas han usado la teoría de la Gestalt para mercantilizar los cuerpos. El conocimiento, al parecer, va haciéndose de sentidos dependiendo del contexto, del momento, del lugar.
“El todo es más que la suma de las partes”. Cortita, sencilla pero contraintuitiva. Nos enseñan que dos más dos es cuatro, no cinco. ¿Cómo es que la suma de las partes es más que el todo? Si tenemos suerte, en la escuela aprendemos a socializar; y en el secundario, a preguntarnos hacia dónde queremos ir. Cuando llegamos a la universidad nos encontramos con un espacio para discutir lo dado, y proponer. Muchas respuestas a la misma pregunta en diferentes momentos y lugares. “¿Cuánto es dos más dos?” y agarrate. Así, la universidad. Para cada tema, diferentes teorías que se entremezclan en las voces de colegas, profesores, textos. Las posturas sobre el conocimiento pueden ser tan complejas de exponer y argumentar. Pero se discuten y se justifican, claro que sí. Porque la universidad no es un espacio para tragar sin masticar. Quien llega con entrenamiento bien; quien no, se pone al día.
Entonces, discutir lo dado, con quienes te toque alrededor es ser universidad pública. Y no es un espacio que escarmienta -aunque todavía falta- con el tema de la inclusión. Fijate que primero Yrigoyen, hace más de un siglo, abrió el juego al acceso de la clase media. Después el Pocho establece la gratuidad, y en diez años se triplica la cantidad de estudiantes. En lo que va de este siglo XXI se crearon más de 20 universidades, la mitad de ellas ubicadas en el conurbano bonaerense donde se concentra casi el 26% de la población de todo el territorio nacional. Y las becas, indispensables para que pibes y pibas puedan acortar la distancia y ser parte de la discusión. La comunidad educativa que conformamos es de casi 3 millones de estudiantes y cerca de 200 mil docentes en todo el país.
Hoy vuelven a apuntarnos con el dedo quienes desprecian dos pilares fundamentales para la universidad pública argentina: la gratuidad y la autonomía. Se llenan la boca hablando de “auditorías”, desinforman, desconocen los procedimientos. Siguen los pasos que expuso Naomi Klein en su libro “La doctrina del Shock” hace casi dos décadas. Nos distraen, generan caos, se llevan puesto a un país entero. No hace falta listar nuevamente la cantidad de aportes que hace la universidad pública a la sociedad. Nos auditan constantemente, prácticamente todo lo que hacemos es público; no todos pueden decir lo mismo.
Hablan de adoctrinamiento para sabotear la autonomía pero ¡es el corazón de nuestras instituciones! El cuestionamiento de lo dado y el debate como forma de construir conocimiento. Las universidades son autónomas de pensamiento, en su gobierno y administración. No hay mucho más que decir. Están todos y todas invitados a ser parte.
Mis abuelos hicieron hasta primer grado, mi vieja fue egresada de la UBA. Tuve compañerxs de cursada hijxs de migrantes que no terminaron la escuela secundaria. He visto, siendo profesora, egresar personas de todas las edades y procedencias, primeras generaciones universitarias formadas como profesionales. La universidad -no sólo en nuestro país- gestó, impulsó y acompañó a los movimientos sociales en sus luchas y reivindicaciones a lo largo de la historia. Desfinanciarla, es hacer desaparecer de a poco a esos espacios de debate donde discutimos entre todos y todas cómo es el futuro que queremos.
“Los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes” amenazó hace unos meses el expresidente que algunos apodan “killer”, y le hizo un guiño al actual mandatario que usa el término “orkos populistas” para nombrar al pueblo organizado.
Orkos con libros y fotocopias, orkos profesionales, orkos estudiantes, orkos docentes, orkos padres orgullosos, orkos abuelas que quieren ver a sus nietos estudiar, orkos que se atienden en el hospital escuela, orkos que quieren seguir teniendo un lugar para pensar cómo queremos que sea el futuro, orkos que el 23 de abril pasado fuimos más que dos millones de personas sueltas en todo el país. Porque al combinarse adecuadamente, el resultado siempre va a ser mucho más que la suma de las partes.
Soledad Clavell
Egresé de la FADU UBA, donde estudié la carrera de Diseño Industrial, la Especialización en Docencia y el Doctorado en Diseño. También estudié una maestría en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y en la UTN otra especialización. Soy docente, investigadora formada, profesora regular, amiga, compañera, tesista, colega, directora de tesis, graduada, dibujante, diseñadora, extensionista, todo junto y mezclado. Fui becaria, por eso pude seguir estudiando tanto. He dado clases e investigado en la UBA, UNDAv, UNQui y en institutos de formación superior de la provincia. Participo en jornadas y congresos en universidades de todo el país. Desde hace 15 años desarrollo y coordino proyectos en los que la universidad, por medio de equipos profesionales, asiste técnicamente a los barrios populares para su re-urbanización. Primero lo hicimos en proyectos de autogestión, los últimos años fue en el marco de políticas de integración socio urbana.
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