LOS PIBES DE CROMAÑÓN – GUIDO ZAPPACOSTA

 

 

Entre 2013 y 2014, tiempo antes de cumplirse los diez años de la tragedia de Cromañón, con el compañero y fotógrafo Facundo Nívolo, comenzamos a trabajar en la recopilación de testimonios de sobrevivientes con el deseo de publicar un libro. Ese proyecto quedó inconcluso sobre todo por motivos económicos aunque hoy encontramos en este medio la manera de compartir el material al mundo, para que esté vivo y circule. Nos aferramos a la pregunta de por qué seguir, quiénes éramos antes de la tragedia y quiénes somos hoy. Porque amamos la vida y recordamos. A los pibes y pibas de Cromañón, a lxs que están y lxs que no, a lxs familiares y amigxs, no olvidar. Recordar es pensar.

 

Nota: Tito Dall´OcchioFacundo NívoloGuido Zappacosta

Fotografías: Facundo Nívolo

 

GUIDO ZAPPACOSTA

10 de Septiembre de 1984 / Martínez

 

En ese momento era empleado del call center del Banco Provincia. Trabajaba en Constitución en una pasantía que nada tenía que ver con lo que estudiaba. Gana 400 pesos por mes que me alcanzaban justo para salir los fines de semana. Entraba a las dos de la tarde y me tomaba el tren en Martínez a la una menos diez y llegaba a las dos de la tarde puntual (ahora es imposible pensar que en una hora llegás a Constitución). Estudiaba publicidad y jugaba al Básquet. Estaba en segundo año de la universidad, “yo hice las cosas bien”. Terminé el secundario y me puse a estudiar una carrera, pero como que seguía con esa energía de llegar al fin de semana y salir a romperte la cabeza. Era socio de Boca, iba a verlo de local todos los domingos y de visitante cuando podía.

 

En ese momento mi horizonte estaba muy marcado por el básquet, eso estaba muy fuerte, quería jugar al básquet, eso era todo. Era la época en que empezaban a salir mucho más los recitales, mucho de ir a ver La Renga, que fue la banda que de chico seguí.

 

Nos juntábamos mucho con Martín y Puchi, dos amigos de básquet. La cosa era juntarnos en la casa de Martin, como no vivía con sus padres ese era el lugar de encuentro, donde se gestaba todo. En esa etapa íbamos mucho a Ananá. Solíamos tomar el 60, algo muy común para los que vivimos en el conurbano norte para ir a la Capital.

 

Callejeros me llega por Martín. A través de él empezamos a ir a verlos, en las juntadas empezamos a escuchar Callejeros. La primera vez que los vi fue en Museum Rock. Me acuerdo que llegamos re tarde, había un montón de gente, escuchamos cinco temas nomás, algo así. Fuimos a muchos recitales seguidos en 2004. Flasheé con las banderas, las bengalas, que al ver a La Renga lo veías en otra  dimensión, en espacios abiertos, no tan concentrados. Nunca había visto un recital con tantos pibes agitando banderas, tanta fiesta, tanto descontrol. Creo que la voz del Pato es de esas voces penetrantes, interesantes. No quiero compararlo con el Indio, pero su voz, más allá de lo que haga o lo que diga,  penetra,  creo que el chabón tenía ese poder de comunicar. En esas previas siempre hablábamos con Martín y Puchi de las letras.

El 30 de Diciembre de 2004 como yo trabajaba de dos a ocho de la noche, cambié el turno solo para hacer la previa con Puchi. Martín en ese momento estaba en Perú de viaje, sus padres vivían allá y nos dejó las llaves del departamento para juntarnos ahí. Yo podía llegar tranquilo después del laburo al recital, de hecho estaba en Constitución que era mucho más cerca, pero me acuerdo que cambié el turno especialmente para estar acá y hacer la previa con Puchi. Había armado toda una tramoya, le dije a mi jefa que me iba con mi familia a Mar del Plata el fin de semana largo a pasar año nuevo, porque sino no me lo cambiaba ni en pedo. Entonces cambié el turno y trabajé de de ocho de la mañana a dos de la tarde y me vine para acá. Almorcé y nos juntamos en seguida. En ese momento Puchí salía con La Rubia (Laura, que ahora tuvo un hijo) y nos juntamos los tres en lo de Martín. Hicimos la previa y justo coincidimos con dos amigos de Martín que nos llevaron en auto. Cuando llegamos nos fuimos a tomar una birra a una panchería. Justo cuando estamos por entrar La Rubia no encontraba la entrada, no encontraba la entrada. Les dijimos a los amigos de Martín que entraran y nosotros volvimos a la panchería a ver si estaba la entrada, buscamos por todos lados. Le digo a Puchi de vender nuestras entradas e irnos a otro lado, habíamos visto bocha de veces a Callejeros, entonces estaba bien vender la entrada porque había mucha gente que no tenía. Puchi me decía que no, que yo entre porque La Rubia estaba muy nerviosa, se puso a llorar, sintió que estaba cagando toda la noche cosa que yo ni en pedo lo sentía. Y bueno entré, entré solo.

 

Me di cuenta de lo que había pasado al día siguiente. Al día siguiente me di cuenta que había sido muy groso, pero con el tiempo más, incluso hoy. Esa semana fue de juntarme mucho con Puchi, hablábamos todo el tiempo de lo que había pasado.

 

A mí me desplazó los fanatismos, después de Cromañón desaparecieron abruptamente. Esto de ir a ver a Boca, pasé lo que pase, hoy lo veo como una estupidez. Siempre se me viene esa canción que dice “Vieja, querida, me tenés que perdonar, en tu día, junto a Boca voy a estar”. Eso se cantaba en la cancha los días de la madre, y de golpe darle más importancia a eso que a tu familia, me pasó eso. Ir a ver a Boca implicaba muchas veces romper ritos familiares. Me llevaba todo el día, salir a la mañana y volver a la noche, capaz que había un asado en casa y nunca estaba. Después empecé a valorar esas cosas, que en ese momento estaba enroscado con salir, ir a ver a Boca, no valoraba…

 

Algo importante fue enemistarme con lo que estaba estudiando. La noche de Cromañón llevamos al hospital Ramos Mejía a un pibe que estaba todo quemado. Ahí ya estaban llegando todo tipo de medios de transporte con pibes, gente desmayada, de todo. Me acuerdo de estar en la escalera del hospital y pensar en “loco, estás estudiando publicidad”, me sentí un pelotudo. A partir de ahí encadenar cosas que ya venía sintiendo pero ahora me llevaron a pelearme con lo que estaba estudiando, a reflexionar sobre la carrera, atribuyéndole a esa forma berreta de comunicación, a la construcción de símbolos, al sistema y a los discursos hegemónicos, entre otras cosas, la responsabilidad del hecho, no podés esquivarlo, no podés seguirla sin ver nada. Y fue decir, No ya no, para este lugar no voy. Más allá que después en el día a día te encontrás con situaciones con las que tenés que tranzar, o correrte; estoy contento con que me haya modificado de esa manera. Igual la carrera la terminé, aprovechando lo interesante, algunos textos y docentes, pero estaba seguro que no iba a laburar de eso. Tomar la decisión de no laburar para la publicidad, no poner las ideas al servicio del mercado. No me voy a llenar de guita, pero tampoco me voy a hacer el boludo.

 

Después esto de pensar en relaciones re truchas, re berretas. Como que empecé a limpiar.

 

En 2005 me lesioné jugando al básquet, me fracturé la clavícula. Eso también tuvo mucho que ver en relación a las cosas que estoy haciendo hoy. Yo entrenaba lunes, miércoles, viernes y jugaba los sábados, todo el año, todos los años de mi vida, mi vida estaba organizada para eso y no fallarle. A partir de la lesión no pude jugar por mucho tiempo y empecé a darle espacio a otras cosas y estuvo buenísimo también. Nunca más volví jugar al básquet como lo hacía, dedicándole tanto tiempo. Ahí empecé a vincularme con la escritura, potenciado por un laburo que me parecía una garcha pero que me servía para pagarme la facultad y terminarla. La angustia que me generó el último año en ese trabajo sirvió para empezar a gestar el tema de la escritura. Esto además coincidía con la enfermedad de mi viejo y ese combo de sentimientos empezaron a canalizarse a través de la escritura, que era muy personal, más de desahogo, sin ningún fin, sino escribir sensaciones, pensamientos y compartirlos con alguien, o no.

Cambiaron mucho mis días, antes eran rutinarios, marcados por un horario y eso cambió. En lo que hago trato de volcarme en función de mis deseos y mis necesidades, más allá del dinero que en lo laboral rige. Antes laburaba para una empresa, de lunes a viernes, horario de oficina. Después eso se anuló. Empecé con el tiempo a vincularme y a trabajar en el Teatro del Sindicato de Luz y Fuerza, acá en Martínez. Recuerdo que la primera obra que fui a ver a esa sala fue “Destino de dos osas o de tres”, de Rafael Spregelburd. Estuvo buenísimo porque justamente es una obra que tiene mucho que ver en cuanto a ciertos planteos existenciales, la obra traía una idea de algo siempre que nos gobierna y que aparentemente decide por nosotros, se preguntaba si somos realmente nosotros los que decidimos nuestro futuro, nuestro destino, o algo así me quedó a mí. Esa obra me cayó en el momento justo donde yo me estaba haciendo ese tipo de preguntas. Empecé atendiendo el barcito de la sala y con el tiempo me fui acercando al grupo de trabajo y a tener diversas actividades, hasta haber escrito de cara dura mi primera obra de teatro. Después apareció la Timbó, una revista que editamos con el amigo Tito. Cosas que fueron apareciendo. Empezar a transitar otros lugares, centros culturales, gente nueva, con otra mirada, espacios donde generábamos cierta identificación. Creamos un medio comunicación entre personas y espacios, donde creo, generábamos algo, una nueva forma de compartir. A través del teatro, o la revista, conocí gente, grupos que, a diferencia del universo laboral de oficina, aparecieron otros códigos, otro tipo de valoraciones y maneras de vincularse. Con la excusa de la escritura, generamos un medio para difundir esa mirada, de un mundo nuevo que se abrió y a partir de eso un montón de cosas como proyecciones de cine, o haberme vinculado a la docencia y dar clases en secundarios, talleres culturales. Encuentro en las cosas que hago un sentido que va más allá de ganar plata y subsistir, lo que se puede generar dando clases -más allá del desánimo que a veces me genera a veces la burocracia de la escuela pública-, la idea de transmitirle algo a alguien para que vaya hacia el lugar deseado y que pueda descubrir sus pasiones.

 

Fue un proceso muy largo desde la escalera del hospital la noche de Cromañón donde sentí que empezaron a caerse determinados sistemas de creencias. El laburo tiene que ser lo que me guste hacer, tengo que creer en eso, tiene que tener algún tipo de sentido en el otro o en algún contexto. Si me puedo morir mañana no la puedo estar pasando mal hoy.

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