
Hay una zona, una zona entre Villa Jardín y La Horqueta. Una Avenida Uruguay y un muro que separa dos barrios como una frontera. Dentro de esa zona hay otra zona, una zona que Lucrecia Urbano gestó, fundó, dirige y llama Zona Imaginaria. Un espacio de intercambio de experiencias y capacitación de artistas abierto a les vecines del barrio. Desde el 2008 en Zona Imaginaria gravitan el Taller y la Residencia ‘¿Quién puede vivir en esta casa?’.
Texto: Vale Lamat
Fotografías: Héctor Serres
Existe un barrio llamado Fate al que yo llamo Barrio Destino, ahí crecí. Existe otro barrio llamado La Horqueta, ahí creció Héctor. Entre nuestros barrios hay diferencias y distancias en la cercanía. En el medio de nuestros barrios hay una vía y hay una villa a la que llaman Jardín, Villa Jardín. Este es el jardín donde Lucrecia abrió la puerta a un montón de personas a experienciar una Zona Imaginaria.
Conocí a Lucrecia Urbano en 2010 en el montaje de la muestra que realizaba junto a la persona para quien yo trabajaba. La muestra se llamaba “Punto de encuentro”. Nos presentaron, charlamos un rato, ella estaba con pibes que la ayudaban. Me enteré que ella era quien dirigía un espacio que estaba en mis pagos, nuestros pagos, en la calle Chile, justo en el límite, en la frontera, al lado del muro que construyeron para separar la Horqueta de la Villa Jardín.
En 2013 fue mi primera experiencia en Zona, nos reencontramos en una acción. Luego no fui más.
El año pasado Héctor me llevó a Tiempos Modernos para conocerlo y al volver al barrio de mi infancia le hice una visita guiada. Eran las 2 de la mañana cuando estacionamos el auto en Chile y Uruguay, y le conté la historia de Zona Imaginaria.
Hace algunas semanas envíe un mail a Lucrecia Urbano con la intención de ir con Héctor y ella muy amablemente se abrió a recibirnos. Fue lunes por la tarde, en que justo, o San Justo como me gusta decirle, inauguraba una muestra llamada “World as a handerchief” o, como la nombraron en Zona, “El mundo en un pañuelo”.
Llegamos a las cinco de la tarde, en la vidriera colgaban telas blancas que decían: “EL ARTE ES UNIVERSAL”. Nos recibió Josefina, hacedora del espacio. Esta primera sala estaba llena de telas intervenidas, los pañuelos. Un mundo de pañuelos o un montón de artistas del mundo, uno en cada pañuelo. Y más allá, Lucrecia Urbano, fundadora y directora de Zona Imaginaria junto a Cecilia Mandrile, creadora y directora del proyecto que inauguraba. Nos sentamos en una mesa enorme, que está situada en el centro de la sala a donde realizan trabajos de serigrafía, esa mesa que ya ha presenciado tantos compartires y obra. Entonces, comenzamos este viaje por su obra. Una obra que merece ser honrada y visibilizada para todo el conurbano. Nos sentamos mate de por medio y, con toda la escucha que merece, escuchamos su voz.



V: ¿Cómo se gesta el espacio Zona Imaginaria?
L: En realidad yo estaba buscando un espacio para poner mi taller. Estudié Bellas Artes en Córdoba y tenía a cuestas un montón de maquinarias y de herramientas de grabado que ocupan espacio. Empecé buscando por Palermo, por Chacharita, donde estaban mis pares, mis compañeros, y en realidad disponía de un dinero que había sido una herencia de mi papá, no me alcanzaba para nada y yo quería realmente ponerlo en un lugar.
Un día pasé por acá, por la Avenida Uruguay. En el 2007. Haciendo la curva vi acá que había un cartelito escrito a mano que decía: “SE VENDE”. Me bajé y toqué el timbre. Apareció don Félix, que tenía en ese momento 84 años, diciéndome que era muy caro porque era antisísmica la construcción, porque él era de San Juan. Entonces yo dije: Mirá qué casualidad, mi papá era de San Juan”, y él me dijo: “Bueno, yo soy de un lugar que no lo conocen muchos”. Le digo: “Bueno, no sé, mi papá era de Chimbas”, y él me dijo: “Soy de Chimbas”. O sea, fue como… le digo: “¿Cuán caro es?” Y me dice: “Cuesta 39 y yo tenía 40”. Ni entré. Dije es mio. No lo vendas. Sacó el cartelito, volví a mi casa y le dije a mi marido que había comprado esta casa. Empezaron todos a tirarme información: “Ni se te ocurra, es peligroso…”. En ese momento no era la doble mano, o sea, era 2007, vos sabés.
Empecé a presentir que había algo que no estaba muy claro. En realidad, como soy bastante intuitiva dije Acá hay algo que está pasando y que no lo tengo muy claro.
Don Félix y María tenían que hacerse la jubilación y trasladarse y todo, así que estuve como ocho meses hasta que ellos se fueron. Venía todos los días a tomar mates y a pensar cómo lo arreglaría y tales y me empezaron a presentar vecinos, a decir cuál sí, cuál no, para que lado sí, para que lado no, empecé a conocer niños del barrio que me dijeron: “Si abrís un taller de arte, queremos venir”. Ahí empecé a pensar un montón de cosas. En el medio pedí el crédito del Fondo Nacional de las Artes para refaccionar la primera parte. Dije, bueno, si me lo dan… (que te lo dan una sola vez en la vida). Oh, casualidad, uno de los directores del Fondo, Andrés Labaké, es de San Juan, su papá había sido compañero de mi papá del colegio de los Salesianos. Muchas señales de que algo pasaba acá, de que este era un lugar para mí, que tenía que ir descubriendo con el hacer qué energía se estaba moviendo aquí.
Así fue que lo primero que hice fue abrir el taller de niños que se llama “Pequeños aprendices” una vez que me mudé. Empecé a pensar en los colegios que están alrededor y los chicos del barrio. Entonces, “Pequeños aprendices” nace con casi el ochenta por ciento de chicos de colegios de aquí alrededor y chicos del barrio. Después se fue compensando hasta que terminé con 40 chicos del barrio y 10 de otros colegios, pero es como el motor de mi conexión con el barrio.
En el medio empecé a pensar en… Mi idea era hacer un espacio sostenible de mi taller personal invitando artistas que dieran un seminario, que pudieran trabajar y como estoy alejada que se pudieran quedar; entonces, en el proyecto inicial, aquí, al final de la casa, había para construir un cuarto con un baño para que cualquier artista se pudiera quedar. No me alcanzó el presupuesto en ese momento. Gracias a Dios, porque la casa de al lado me costó lo que me costaba hacer ese proyecto, así que así nace en simultáneo.
Cuando el Intendente de San Isidro levanta el muro, fue como entender todo, como una especie de claridad de decir: esto no puede ser y hay algo que yo estoy manejando de un lado y del otro, como una especie de bisagra de los dos mundos o de otro mundo.
Ahí empecé a plantear una residencia para artistas que se llama simplemente: “¿Quién puede vivir en esta casa?” y lo que plantea es artistas del mundo, o de La Horqueta, como he tenido, artistas que han venido a vivir acá. Simplemente a vivir y a trabajar, o a tener que ir al quiosco o a tener que tomarse el 707, o simplemente estar. Ya es una acción en sí misma, ¿no? A partir de ahí, ya van más de 100 artistas que han vivido y han trabajado acá en Zona Imaginaria. Eso genera, como yo digo, un microcosmos de artistas del mundo viviendo acá, artistas de las provincias, los chicos del barrio que vienen a trabajar. Gloria, por ejemplo, que trabaja en el taller de cerámica y recibe a gente del barrio también o a otros artistas. La obra de Matías, por ejemplo, que Matías de la Guerra es este chico de aquí de Salta. Toda su obra durante estos últimos años se desarrolló en cerámica y la hizo con Gloria, que es del barrio. Ese tipo de cosas muy naturales pero que van coordinando así, ¿no? Se van como poniendo en una Zona Imaginaria, por así decirlo.
Todos los proyectos tratamos de que justamente hagan este circuito. Por ejemplo, ahora que está esta muestra “El mundo es un pañuelo”, ahora es “El mundo en un pañuelo”. Es de la genealogía de artistas que han pasado por Zona, han trabajado en gráfica o no y, a la vez, el taller de “Pequeños aprendices”, de los niños, hicieron un pañuelo que es el que está afuera. Entonces, participan chicos del barrio, artistas consagrados, y esta muestra está girando por el mundo y va a parar a Inglaterra en septiembre a un Congreso de arte que maneja Ceci (Cecilia Mandrile). Ceci fue también artista residente aquí. Entonces es como abrir ese juego de que el arte es como un pasaporte que posibilita encuentros, diálogos, con distintos saberes o estados sociales. O, bueno, es como una zona franca, de encuentro, y eso es lo que me interesa activar mediante distintos dispositivos, ¿no? Eso es un poco.
V: Justo ahora estamos hablando mucho del UNIR con esto que está sucediendo con las aguas, y lo hablábamos con Hector también, Unir, Unirnos, transitar o trascender todo lo que nos separa, y el arte es un hermoso espacio y poder para trascender.
L: Sí, ¿viste la obra de los 5 océanos? ¿La del pañuelo? Esa obra te va a gustar porque es de un artista que fue residente acá en Zona y él, por ejemplo, Ernesto Bonato, trabaja con el agua también, con el agua del Amazonas, el agua de los ríos. Cuando vino aquí como residente en el año 2009 o 10, no me acuerdo ya, él salía todos los días. Lo único que trajo fue un cuadernito con lápices, y salía a dibujar a las calles del barrio. Los chicos le dijeron: “¡No! Al frente hay casas más lindas, vení a dibujar al frente”, y él decía “No, porque acá me gusta, este parque por ejemplo”. Entonces cada chico que quería se sumaba y él terminó dibujando con diez chicos por el barrio, todo charlando, que es un montón, ¡esa relación que se genera! Y después de eso hicieron xilografías en papel barrilete y la muestra fue remontar los barriletes y ver que hay un mismo cielo por ejemplo, el cielo no tiene un límite. Esos lugares “no límites” como el agua también, ¿no? Pensar en esos lugares y en realidad vivenciarlos, que te queda algo que vos decís: “Ahora entendí”. ¿Te ponen un muro? El barrilete no lo registra. El arte tampoco.
V: ¿Y la liviandad, no? En este caso lo de los pañuelos me parece maravilloso, esto de poder viajar con la obra, ¿no? Y la liviandad de la materia.
L: Exacto. Y a la vez las transparencias, para mí, esa yuxtaposición de que a través de uno podés ver el otro, son todos los layers, todas las capas que te construyen también, ¿viste? Que sea posible. Es también recuperar el tránsito de los pañuelos, el arte correo, el envío, el camello, el amigo que te lleva. Bueno, todo eso pasó con esto.
V: Totalmente, sí. Va por ahí.
L: Y va por ahí. Qué son esas cosas, viste que, como te digo, a veces no entendés mucho y después se van acomodando las fichas, ¿no?



V: ¿Las residencias están todo el tiempo abiertas? ¿Cómo fue con la pandemia?
L: Bueno, con la pandemia en realidad lo que pasamos a tener fue como una residencia permanente. Matías de la Guerra se quedó a vivir aquí y tuvimos residencias gracias a que yo formo parte fundadora de Quincho, que es una red de residencias donde realmente hicimos un relevamiento, un trabajo de campo con residencias. Yo soy como de las más viejas en todo sentido (risas), como residencia y como directora de residencias entonces también para compartir conocimientos y experiencias. Relevamos casi 40 residencias y con eso logramos en medio de la pandemia permisos de migraciones para traer artistas. Yo traje dos artistas belgas el año pasado, una artista chilena, y una artista brasilera; después vino Matías y después vinieron del interior de Córdoba.
La convocatoria también siempre es bastante flexible de acuerdo al proyecto. Sí está cerrado diciembre, enero y mitad de febrero, porque hace mucho calor y se pone pesado y yo me voy a ver a mi familia a Córdoba, está medio hecho a medida.
V: Estuve leyendo sobre Quincho, ¿podrías contar más sobre esto?
L: Nos pusimos a toda máquina y logramos hacer una Asociación Civil para realmente poder aplicar.
El año pasado hicimos aquí un encuentro. Aquí y en otras residencias. Con los fondos conseguimos hacer un encuentro de residencias. Vinieron más de 20 espacios. De Catamarca, Jujuy, Tierra del Fuego. Fue como mirar para adentro y decir ¡Wow! Los chicos de Catamarca tienen una residencia que se te cae la mandíbula y no conocían Buenos Aires. Hermoso. Entonces de repente nos dimos cuenta de que tenemos un potencial. Tierra del Fuego, Jujuy, Catamarca, o sea, todo.
Lucrecia trae la foto de Félix y María, quienes eran dueños de la casa.
L: Ellos son Félix y María, que los tengo acá de homenaje.
H: ¿Así era la casa?
L: Está igual adelante, solo que ellos acá adelante, donde hoy es la galería de arte, tenían un almacén de ramos generales, entonces este espacio siempre estuvo relacionado con el barrio como referencia. Para mí, era muy importante mantener ese espacio abierto. Todos lo conocían.
V: Hablando del archivo y de todo este recorrido podrías nombrar algunas de las muestras más significativas.
L: Haber hecho esa muestra en el Conti, repensando lo que es arte y territorio y pensando en esto de cómo mostrar. Trabajamos con los adolescentes del barrio y ellos decidieron pedirles a los vecinos muebles propios y montamos el living de una casa de Villa Jardín en el Conti. Entonces, por ejemplo, estas entrevistas en vez de desgrabarse, teníamos un teléfono, ¿viste los teléfonos de cable? Se instaló un dispositivo que vos levantabas el teléfono y eran más de 24 horas de entrevistas grabadas; entonces, de acuerdo a cuándo levantabas, escuchabas una parte de algo. Escuchabas a la gente del barrio que el mismo barrio eligió.
Yo al principio me sentía como que, bueno, yo vine acá, abrí el espacio, y no digo que yo daba clases pero yo abrí el espacio y recibía. Después, en realidad, por ejemplo con el taller de fotografía los chicos del barrio sacaban fotos a los artistas residentes y por ejemplo con lo que habían estudiado (el retrato, de frente, perfil) era la mirada de ellos sobre este lugar, y ahí cambió completamente el registro que yo tenía. Yo tenía el mismo registro, yo siempre hago la misma foto, de acá arriba de la mesa, y la mirada de ellos es otra historia. La mirada de ellos hacia el espacio. Por ejemplo, Lara, que viene acá desde que tiene 8 años, ella hizo taller de fotografía, de serigrafía, de teatro, de todo lo que hubo hizo, y hoy ella está estudiando en el IUNA Bellas Artes, está en cuarto año y hoy es la profesora del barrio. Entonces, cerró así como… y vive acá en la esquina.



H: ¿Y tuviste alumnos de los dos barrios al mismo tiempo?
L: Sí. Claro. Siempre.
H: ¿Conviviendo?
L: Es que la gente del barrio no se queda en la residencia. Pero, por ejemplo, el artista belga, Loló que estuvo acá. Loló, porque nadie le podía pronunciar el nombre que era Laurent. Loló fue a un cumpleaños acá en el barrio. Algunos terminaron jugando al fútbol en la canchita de Güemes, pero…
H: Lo pregunto por las tensiones. A veces las cosas no salen bien, ¿no? En convivencias, en relaciones…
L: A ver, mirá que por ejemplo el taller de “Pequeños aprendices” tenía chicos del colegio San Andrés, del colegio St. Mary, del San Esteban y los varones del San Esteban jugaban juntos al rugby en Virreyes. Coincidían. La gran diferencia se marca cuando terminan el secundario. Uno se va a estudiar a no sé dónde y el otro fue papá. Generalmente, pasa eso. Inclusive otra realidad que yo viví, porque yo soy muy soñadora, utópica y digo: ¡No! Pero la universidad: “Chicos, ustedes tienen que terminar biri biri”. Inclusive traté de ayudar a un par para que hicieran el CBC y no están preparados. Terminan el secundario con una educación muy distinta. No hablo del nivel del San Andrés y del otro, pero hablo del secundario que está potable. Acá. Es muy difícil.
H: ¿Qué escuelas hay acá?
L: La 23, la 15 o algunos van a otras escuelas, es difícil, pero nunca tuve problemas de ese tipo. Todos los talleres, que son con los que sostengo el espacio. Talleres pagos de fotografía con cámara estenopeica, hay alumnos que vienen y pagan y siempre hay becados dos chicos del barrio que son asistentes del profesor. El taller de serigrafía, por ejemplo. Siempre son cosas de intercambio. El grupo La sin futuro dieron acá taller de serigrafía a los chicos del barrio. A los chicos del barrio les dí un espacio a donde tienen su taller de seri y ellos dieron clase en el San Andrés de serigrafía. Esos cruces son los que a mí me gusta hacer. Los chicos fueron muy bien recibidos. Los chicos del San Andrés juntaron la plata para pagarles y las chicas hicieron un power point y llevaron los materiales. Hicieron dos veces esa tarea y funcionó. Después, por ejemplo, ese taller de serigrafía que se llama Zona Seri trabajó con artistas también. Artistas como, por ejemplo, ahora Mónica Girón (que va a hacer una muestra en el Museo de Arte Moderno) me pidió un presupuesto para hacer una obra que es el doble de esta mesa. Yo se los planteé a las chicas, hicimos un presupuesto, y ellas hicieron la obra de Mónica, sin saber quién era Mónica. Después, cuando se enteraron, les dio un poco de, no digo de vergüenza, pero como de… no sé si se hubieran animado. En realidad era como: “Esto es un trabajo también” y pensar como los artistas también a veces trabajamos para otros artistas o hacemos otras cosas que no son tu propia obra. El taller de serigrafía también hizo obra para Tamara Sturbi, que hizo una muestra en la Untref, y la hicieron las chicas. Yo las ayudé a conseguir el presupuesto, a donde comprar las cosas, hasta que ya, ahora, trabajan solas. Ya ni me preguntan, es más, yo les pido a ellas que me hagan algo para mí. Pero eso es, me parece, un granito de arena. Hay un montón de trabajo por hacer dentro del mundo del arte.
V: Siendo mujer, abriendo un espacio así en este lugar a solas en principio, eso tiene un peso…
L: Sí, soy sola. Llegué sola, con dos gatos y un perro. Y, bueno, y acá este es el taller, taller de cerámica, de vidrio, de todo. Este es el mapa que los chicos, cuando vienen, ponemos, el mapa de donde viene el artista, en qué idioma habla… es la manera de, como decís vos, de viajar.
Este es el cuarto oscuro, que no tengo llaves porque las llaves las tienen las chicas. Es el cuarto oscuro de las chicas del barrio. Tienen llave de la puerta y vienen cuando quieren y eso: abrí, ellos vienen e invitan gente, tienen como un espacio de jóvenes que lo cuidan. Tuvieron un episodio de clausura cuando no lo supieron cuidar. Estuvo bien, lo recuperaron.
Cosas con el barrio. Trabajamos también, por ejemplo, con los más chiquitos los mitos urbanos del barrio. Entonces, apareció la llorona, el lobizón, el pomberito, y ellos se disfrazaban, actuaban y contaban. Un ovni que parece que apareció. Por ejemplo, esto de conocer los códigos del barrio. Viene un papá a buscarlo y le digo: “Estamos trabajando con los mitos del barrio porque dicen que vieron un ovni” y el señor dice: “Sí sí, acá en la esquina. Bajó. Tenemos testigos. Me trajeron los testigos”.
Acá hay ritos umbandas, de todo hay. Vas a decir: ¡Vi una gallina colgando de la reja! Es acá a la vuelta. No pasa nada. Pero, bueno, si no sabés eso… en Nordelta no te pasa. No te vas a encontrar una gallina colgando en la verja de tu casa.
Yo creo que conocí el barrio a través de ellos.
H: ¿Qué producciones hay de ese cruce, del barrio con el belga?
L: Hay muchos artistas que vienen con una propuesta directa para hacer en el barrio y hay muchos artistas que no y hay un cruce ahí que a veces se da, a veces no se da intencionalmente, pero por ejemplo hay un grupo de artistas de Berlín que vinieron directamenteme. Son músicos y quisieron venir a filmar aquí el videoclip de un tema que se llama EL BARRIO, y no me preguntes cómo pero ellos arreglaron con los chicos del barrio, hicieron tomas, no hablaban español, los chicos no hablaban alemán y ese video lo podés ver en la página. Los chicos se prenden en todo.
H: ¿Y ellos mismos rompieron con la temática que suele haber?
L: Sí, totalmente. Por ejemplo, este artista belga hizo estos trabajos acá. Lo que él propuso es trabajar con la gente del barrio y pedirle que definan qué es un hogar para ellos, y él ilustraba lo que cada uno había escrito y se encontró con cosas que superaron.
Él fue a la casa de la gente. “¿Qué te hace sentir como en casa?” era su pregunta y fue directamente hablando con la gente y viendo qué escribía cada uno, tomar un mate, un poco esa relación. Entonces, se produce, de todo el tiempo que estuvieron encontrándose, al final, Loló aprendió a hablar español. Y ni te digo la cantidad de chicos que estudian inglés, porque quieren comunicarse con los artistas. Para mí, es eso más que la obra. Por ejemplo, esa escalera que está ahí la hizo otro artista trabajando con los siete niveles de los mapuches y la hizo con el herrero del barrio, porque a mí obviamente me parece importante tener al FNA, la Universidad de Bristol, que auspicia este proyecto, pero me interesa que esté involucrado el herrero, el de la verdulería, el santiagueño. Entonces, vos llegás y tenés una lista de ellos. Felipe el herrero ya sabe… quién está, qué necesitan, pasan, van. O sea, eso se va dando, yo los involucro si quieren, obvio, les doy el nombre, el teléfono, se van a comunicar cómo pueden. Ya esa relación se va dando. Otro artista que está también ahí en el Documentada. Ella es de Capital pero se vino acá y dio talleres de mosaiquismo y después trabajó con la gente del barrio invitándolos a que cada uno pusiera esto (una obra de mosaico) en el frente de su casa. Ahí se generó una especie de fricción porque nadie quería tener señalada su casa. ¿Qué implica tener esto en el frente de tu casa? Hubo gente que no quiso y hubo gente que sí. Pero en la relación de esto si vos caminás por Villa Jardín, vas a encontrar varios de este puesto acá, puesto allá. A mí lo que me interesa es el trabajo que ella tuvo que hacer. Tocar el timbre y contarle: Soy artista, hago esto, porque sí, porque no, acá sí, acá no. O Ernesto Bonato, viste que yo te digo que dibujaba, un domingo me llama y me dice: “Tenemos un tema, la vecina de enfrente me denunció porque la estoy observando hace un montón. Va a venir la policía. Está viniendo la policía”. Entonces me dice: “¿Qué decisión vos como tu espacio tomás? ¿Me retiro o me quedo? Le dije: “Quédate”. Vino la policía, entonces él tuvo que mostrarle sus dibujos, explicarle lo que estaba haciendo y terminó retratando a los policías. Entonces, ese poder así del arte es lo que me divierte. Ese mismo dibujante dibujó a un vecino que estaba siempre con un caballo y un carro (viste el carro que van juntando cosas) y lo dibujó, lo dibujó. Un día me tocan el timbre y me dicen: “Mirá, nosotros sabemos que un artista de acá dibujó a mi papá, que tiene una boina”, que no sé qué. “Ah, sí sí”, les digo. Y me dicen: “Porque nosotros no tenemos fotos y él falleció. ¿Me permitís sacar una foto?”. Y obviamente se llevó el dibujo. Claramente. Pero viste es como esa cosita que decís yo en realidad me siento simplemente como una posibilitadora. Yo tiro así y pasan cosas digamos, o no pasan, a veces pasan y a veces no me entero y me entero mucho después.


V: Sí. Es vida. ¿Es vida, no?
L: Sí, es como tener un…. Abrís la puerta, ¿viste? Abrís la puerta y la gente ve que está la puerta abierta, la ventana que invita y la gente no se te mete. Cerrás la puerta con cuarenta llaves y te tiran la casa abajo. Entonces, es también eso, confiar, qué sé yo.
H: Te puedo hacer una pregunta rara. El amor. Hablábamos con Vale de cómo el barrio te puede condicionar cuando conocés a alguien que realmente te interesa y de repente vos sos de la Horqueta y ella de Villa Jardín o viceversa, o de cualquier otro barrio pero que haya esa situación. ¿Viviste, viste algo parecido acá?
L: ¡Sí! Acá pasan cosas.
¡Sí! Un día salgo al auto y al lado había un residente que ya se había ido y lo veo caminando y le digo: ¡Ay! Me venís a visitar! Y me dice: ¡No! Vengo a visitar a xxxx, que está acá en el barrio y nos vamos al cine”. Ahí hubo una historia de amor hermosa. Después, otra artista que estuvo acá viviendo, de Oslo, vino a hacer un intercambio por seis meses, conoció a alguien en el bajo de San Isidro pero que era de otro lugar y antes de irse se casaron. Siguen casados, tuvimos boda. Dos casamientos tuvimos acá. Éste de Sophie, y de un chico de Córdoba con una americana, que la fiesta la hicieron en la casa del frente y fuimos en la bicicleta con las latitas al registro civil de Avenida Avellaneda. ¡Tenemos fotos!
V: Hablábamos de las diferencias de clase y cómo desde pequeñes nos meten el chip ese y de repente conocés a alguien que es de otra zona y decir que sos de la Horqueta o de San Fernando y ya te etiquetan que sos de Zona Norte y ya es ¡no!
L: Hay prejuicios de los dos lados. Hablo de la gente de acá que empiezan: “Uy, no, del San Andrés qué van a venir. Y los chicos, la verdad, con las chicas de acá fueron muy respetuosos. Gracias, les decían, gracias por enseñarnos todo lo que sabés.
Falta encontrarse. Si no te encontrás no sabés porque en realidad pasa eso.
“De alguna manera involucrar al otro y hacer un intercambio de valores, de lo que vos tenés a mí me sirve y lo que que yo tengo a vos te sirve. De alguna manera. Hay siempre algo que vos sabés que el otro no sabe, algo que vos tenés que el otro no tiene, algo que no es solamente el intercambio económico”
L: Cuando yo dije: “¿Cómo hago para llegar a los adultos mayores o a que no sean solo los niños? Entonces propuse hacer el taller de huerta del INTA en la vereda. Ahí vinieron adultos, abuelas que le discutían a la del INTA: “No, yo este lo hago de gajito”. Ese conocimiento, ese saber, se transmite o se pierde y es un montón. Entonces, hacíamos acá en la vereda intercambio de semillas, intercambio de plantas. Trabajamos un montón con eso. Porque le decís al adulto mayor: “Lo que vos sabés me importa”, “Vos tenés un conocimiento que yo no tengo”. Y así es que me riegan las plantas de afuera, los tomates que están ahí no se los lleva nadie, ese estigma de que te van a robar todo acá. A partir de esto el vecino de enfrente puso como jardín de plantas aromáticas. Yo cuando llegué acá me decían: “No pongas ni un foquito de luz, todo te lo van a robar”. Cuando vos venís tipo paracaídas y no conocés de eso. Artista es un pasaporte de libertad para cualquier cosa.
H: Vos sos cordobesa, ¿hace cuánto que vivís acá?, ¿cuáles son las divisiones que aún seguís viendo?
L: La Uruguay es un muro invisible y yo he conocido, porque en realidad conozco gente de todas partes, de las dos partes, pero una profesora de cerámica, una chica jovencita me decía: “No no, yo no puedo ir porque mi mamá desde que soy chica me dice: «PROHIBIDO CRUZAR LA URUGUAY»”. Está en tu cabeza. Y es así. La gente del barrio, de la Horqueta es: “PROHIBIDO CRUZAR LA URUGUAY. Lucrecia, hay lugares donde no vas”. Yo tengo un taller de fotograbado, con materiales específicos, la gente me llamaba y cuando le decía donde quedaba, me decía: “No voy ni en pedo”. Y yo: “Bueno, no vengas”.
Después de dos horas de conversación y visitar cada rincón de Zona Imaginaria, comenzaron a llegar varias personas. Nos saludábamos. Nos presentábamos. Nos sentamos en ronda en la gran mesa, ahora todes juntes. Al conversar sobre la muestra “El mundo en un pañuelo”, entonces pudimos vivenciar todo esto que te contamos hoy. Artistas, curadores, gestores, amigues, vecines, las infancias, esta mixtura hermosa de seres, mirándonos, sonriendo, intercambiando y compartiendo la pasión y el amor en el arte. Una gran Zona Imaginaria.




Podés experienciar Zona Imaginaria vos también. Ahí pasan cosas.
Enterate de todo en sus redes y en su web. Pasate a visitar, que está en Villa Jardín, San Fernando, pero es como viajar por todo el mundo acá.
Y podés cooperar para que Timbó llegue a más Zonas Imaginarias compartiendo, comentando y haciendo tu aporte a cooperativa.timbo o siendo parte de la Red Timbó acá.
2 respuestas
Exelente trabajo comunitario debería estar plagado de Zonas Imajinarias para que todos puedan carranza sus dones artísticos porque creo que no existe ser humano que posea algo de arte en sus genes
Bien por Timbo por colaborar con la publicidad del espacio