¡MUCHA MIERDA!

 

 

 

Texto: Tito Dall´Occhio 

Imagen portada:  Adrián Medina

 

 

 

1. ¡Mucha mierda!

«¡Mucha mierda!» nos deseamos, históricamente, en el medio ambiente de las artes escénicas, antes del estreno de una obra, en ese ansiado momento en el que reina una incertidumbre isabelina por saber cómo saldrá y cómo será recibido aquello en lo que trabajamos durante semanas, meses e incluso años. Decir «¡mucha mierda!» es una forma de no decir «¡suerte!», sabido es que en el acervo cultural popular decir «¡suerte!» es de mufa, o sea, equivale a desear mala suerte. Sucede que, en las artes escénicas, el espacio de lo impredecible es tan inmenso que necesitamos llenar ese vacío con recursos crueles y metafísicos que, en términos de Antonin Artaud (1978), son la expresión misma de la fuerza de la naturaleza de la escena.

Aunque su origen no está claro, en cualquier búsqueda básica en Google la expresión «mucha mierda» arroja resultados que, a grandes rasgos, coinciden en que su uso se remonta a los siglos XVII y XVIII. Cuando se estrenaba una obra de teatro, el gesto de su posible éxito se advertía si, al pasar por la calle delante de la sala donde se realizaba la obra —o feria de abastos a la que asistían compañías itinerantes—, se observaba abundancia de excremento de caballo. Esto era índice de que mucha gente había acudido al estreno, o de que había mucho público disponible para realizar la función y obtener una buena recaudación.

Con el paso del tiempo, los parámetros para medir la repercusión o el posible éxito de una obra se complejizaron. Con la emergencia de los medios de comunicación, a los aplausos del público, el boca en boca y las entradas agotadas, se le sumaron los metadiscursos en diarios, revistas, libros, radio y televisión. Luego, el aceleramiento en los avances tecnológicos del siglo XX fue propiciando la aparición de medios cada vez más sofisticados: internet y las redes sociales digitales. En la actualidad, a través de ellas, podemos medir las repercusiones mediante el cómputo de likes, las búsquedas en Google, los comentarios en plataformas específicas, como Alternativa Teatral, las visualizaciones en los distintos espacios virtuales, la cantidad de veces que fue compartido un contenido, los tuits, entre muchísimas otras variables que abundan como bosta de caballo en la big data. No solo eso: la evolución del ecosistema de medios (Scolari, 2015) que se produjo con la llegada de internet transformó el lenguaje del fenómeno de lo escénico, en términos de Mónica Berman (2013).   

Para esta investigadora, pensar lo escénico como implica reconocer como una totalidad al conjunto de las artes escénicas (teatro de texto, musical, danza teatro, títeres, teatro de objetos, circo, teatro virtual) más sus agentes (dramaturgxs, actores y actrices, directorxs, iluminadores, públicos) y los metadiscursos (lxs críticxs y sus críticas, investigadorxs y sus investigaciones, archivos y archivistas, historia de las disciplinas artísticas, conversaciones de los espectadores, etc.), que están presentes tanto en el «cara a cara» como en la zona mediatizada, incluso a nivel de la producción artística. En ese sentido, en los últimos quince años se multiplicaron las experiencias de producción de obras en entornos virtuales-digitales, ya sea utilizados como espacios escénicos en reemplazo del espacio físico o como complemento de este. Durante el 2020, este fenómeno se masificó como consecuencia de las políticas de confinamiento establecidas para evitar la circulación del COVID-19 a nivel mundial. Al restringir los medios de la actividad teatral tradicional, estas nuevas condiciones expusieron aún más la fragilidad de su proceso creador, lo caótico y lo riesgoso de su campo y lo relativo de su éxito en lo artístico y en lo económico.

Con el objetivo de abordar esta problemática específica, a la que imprimió un mayor énfasis este contexto de excepcionalidad, me propongo analizar la tarea de lxs dramaturgxs del conurbano norte, que decidieron trabajar sobre sus propios textos, previamente escritos para el «cara a cara», modificarlos (¿adaptarlos?, ¿versionarlos?, ¿transponerlos?) y estrenarlos de forma (hiper)mediatizada durante el primer año de la pandemia. 

En este escenario tan singular, la expresión «¡mucha mierda!» encierra una nueva paradoja: durante la pandemia, no solo se potenció la incertidumbre en el oficio de los agentes de lo escénico; sino que seguimos deseándonos «¡mucha mierda!» aún en la virtualidad, expuestos a que los resultados sean, literalmente, una bosta. Dijo Ernest Hemingway en una entrevista para Paris Review en 1958 (como se cita en Plimpton, 2019) «para ser un buen escritor hay que tener un detector de mierda incorporado» y lo mismo ocurre en nuestra actividad, que siguió y seguirá en constante transformación ante cualquier circunstancia, hasta descomponer su materia viva, volverla compost y reconocer allí el abono necesario para alimentar la construcción de su dimensión significante y exponer en esencia sobre el escenario lo más humano de la vida.

 

 

 

 

 

Acabás de leer el primer capítulo de ¡Mucha mierda! de Tito Dall’Occhio (Timbó Ediciones). 

Conseguí el libro en el ig de Tito Dall’Occhio

 

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