LOS HÁBITOS FEROCES


Poemario de Emmanuel Lorenzo, editado por Elemento Disruptivo desde las entrañas de San Martín hasta cada abrazo del conurbano.

 

 

 

Texto: Agustín Llorca

Fotografía: Héctor Serres

 

 

 

 

Los hábitos feroces es un libro enorme. Cada poema es un mordisco que arranca un pedazo de San Martín y lo mastica humedeciendo las veredas, los trenes y las historias con saliva conurbana. Cada poema es a su vez una imagen clara, algunas oscuras, es verdad; pero todas nítidas, reales. Para quienes vivimos toda la vida de este lado de la General Paz, cada imagen pareciera arrancada de nuestros propios recuerdos, queda la sensación de no saber si realmente no fuimos todxs lxs habitantes del conurbano protagonistas de esas mismas escenas que describe en primera persona Emmanuel Lorenzo. Pero este libro es otro cuando cae en manos de alguien que ni siquiera sabe “donde queda el conurbano”. Porque posiblemente cueste entender dónde es que queda este lugar.

 

“…y no pude más que explicarle

es ahí, donde termina todo esto

las pantallas que fosforecen y las luces de neón.

En verdad quería que entendiera

más bien necesitaba que supiera

y le dije

el Conurbano es ahí donde todo brilla un poco menos pero 

parece más real”.

 

No podría decir que los hábitos conurbanos estén exentos de romanticismo, tampoco puedo decirlo de este libro. Lejos de un romanticismo rosado y telenovelesco, los poemas muestran los dientes al dolor, a la muerte, al miedo, a los gritos y a la desidia. Pero también se ponen de espalda al suelo ofreciendo su vulnerabilidad sensible al juego, a la lucha, la niñez y el amor. Podría decir que escribir poemas desde una cruda y frágil desnudez es una hermosa facción del romanticismo.

 

“Los gritos llegan

a la medianoche

el punto de quiebre, la fragilidad

no duerme. A veces

los ruidos arrastran patrullas, la danza del caos

mi hermana y yo los escuchamos

desde la puerta entornada

nos dormirnos abrazados con furia”.

 

Agrupados en dos capítulos, “Alguien ruega por el tren de madrugada” y “Los años felices”,  los poemas llevan por nombre las primeras palabras que se leen al encontrarlos. Algo parecido al hábito de nombrar los sucesos al pasar como un ejercicio que ayude a la memoria, “Mi casa estaba en la última cuadra asfaltada”, “Cuando se nos moría un chico”, “La primera vez” o “La casa del abuelo” y así resistir a ese otro hábito de olvidar. Los hábitos son feroces, ni más ni menos que nosotrxs. Los podemos domesticar o dejarnos comer o amigarnos, pero por ellos somos lo que somos. Este poemario es honesto narrador de la construcción del vínculo con lo que vamos siendo y lo que nos va transformando, y deja sin lugar a duda que somos lo que somos por vivir donde crecimos. 

 

 

 

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