Textos y poema: Coral Barcos / @coralbarcos
Yo cada vez que vuelvo a mi pueblo es una ciudad fantasma que se quedó olvidada en el tiempo. Donde ya nada nace, no hay vida travesti posible. Los maricones nuevos, los adolescentes se suicidaban en pandemia. Y nadie decía por qué. Mi madre me dice cada vez que hablo con ella: Cuidate, mirá que Buenos Aires está muy peligroso. Sin embargo, con todo lo que implica esta enorme ciudad capitalina, las veces donde peor la he pasado, donde más incómoda me han hecho sentir, las humillaciones más feas delante de mis hermanas o amigos llenándome de impotencia las he pasado en ese pueblo. Por supuesto que acá también sucede, porque pelotudos hay en todas partes, lamentablemente. Pero en ese pueblo siento lo mismo cada vez que vuelvo. Es una herida abierta, mal suturada, que no cicatriza más.
Cada vez que vuelvo se abre y supura. Supongo que un poco se parecen, ¿no?, todas las heridas hechas en la infancia.
Porque todo recuerdo siempre parece más grande, más entrañable y mientras escucho a los niñitos de la casa de al lado gritar con desesperación porque sus padres se están cagando a trompadas, pienso en la infancia y en la importancia de la infancia y cómo ciertas experiencias nos marcan para siempre.
Y vuelvo a mi abuela y nuestros días con ella:
Revolotean tábanos y abejas que se alimentan del polen para crear la miel de la memoria. Revolotean ferozmente porque es verano, durante la siesta, mientras comemos sandía bajo la sombra de las ramas, de las que caen floripones enormes en degradé rosa, con mis hermanas decimos que son vestidos de hadas. Cómo es que nadie fotografió o filmó esa escena. Es digna de una película.
Vuelvo al bullying de la escuela durante mi adolescencia. Donde las maestras después de una fiesta en la cual me acorralan, me empujan en el baño y en el micrófono hacen burlas para que todos se enteren de mi mariconería, ellas no hacen nada aunque sí sienten pena por la pobre mariquita.
Al terminar esas horas más largas de mi vida, ellas me dan las sobras de comida, las esquirlas de la fiesta. Quizás para sentirse menos culpables y afirmar así que la educación está mal. No tienen recursos para ayudar a una travesti precoz como yo.
Al volver me decía a mí misma: ¡no estás sola, mi niña! Mientras compartía los restos de comida con mis hermanos.
Vuelvo a mi madre alimentando a sus niños por la tarde al lado de una casilla azotada por la lluvia, entre cuatro paredes a medio terminar, entre esos escombros nos sienta a la mesa y nos sirve jugo preparado con sobrecitos ‘Tang’ sabor a naranja frutilla, que son la gran novedad, con mucho hielo que le pide a la vecina porque los calores son poderosos en el litoral. Corta al medio una docena de facturitas caseras que venden en el quiosco de enfrente. Y hace pochoclos por si alguno se queda con hambre, porque somos muchos. Ella no come. Pero sonríe igual.
¿Por qué vuelvo a esos momentos de mi vida? Porque siempre estoy escribiendo acerca de ello. Es algo que no tengo una respuesta concreta. Solo la sensación de que la infancia es un estado permanente y recordé esto que escribí hace poco tiempo, en uno de los momentos más esquizofrénicos y temerosos de mi vida.
Perdonen la falta a la ortografía y la gramática. El exceso de drama y el pesimismo. Pero esta también soy.

La escritura es la muestra fehaciente de cómo me hago cargo de todas las malas decisiones de mi vida. De las consecuencias, por ejemplo. Las que pago con resignación y con un orgullo estúpido que me duelen como latigazos.
Pienso que podría haber hecho otro trabajo con mi cuerpo, es decir, seguir a la manada de travestis lobas. Hacer lo que ellas hacen para sobrevivir. Pero me rebelé, y me encontré como un animal desvalido. Una pajuerana perdida en la ciudad.
A veces escribir es como latigazos. Puedes sentir la piel romperse de cuajo.
-Echarle sal a la herida- no es una frase en vano.
Escribo y me sigo haciendo cargo.
Pero esta vez aceptándome más vieja, más fea, más sola.
Con un agotamiento atroz frente a la belleza y el amor.
Y también al afuera.
En estos tiempos en que lo material va primero, me doy cuenta que he construido tan poco. Solo harapos bordados en lentejuelas que me gustaría quemar en una hoguera, escritos que nadie leerá, sueños que no alcanzaron y la ilusión de que la muerte sea menos cruel que la vida.
Sé que a nadie le gusta hablar de estas cosas: la muerte, la soledad y también el fracaso.
Perdón por eso, por naturalizar.
El fracaso también puede ser un gran éxito.
El pulso de un destino que te mantiene vomitando lenguaje y palabras.
Fracasar. Creer en algo imposible.
Una semilla plantada en un niño que siempre soñó ser pájaro.

Niño que fui
Construí una casita para los dos.
Ya sabés,
Con lo que tenía a mano.
Un nido, como el de las loras.
Con ramas fuertes y espinosas.
Ahí te seguiré esperando,
Mi niño provinciano.
A vos.
Y a tu inocencia.
Coral Barcos despliega su universo creativo con el diseño de vestuarios, la actuación, las performances y como madre de @casatraviarca. "Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta" es una frase que la acompaña en estos tiempos.
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