Fabián Casas es un escritor que va pasando de un género a otro como quien inventa caminos en un bosque. La poesía está siempre en sus pasos y desde ahí va y viene por ensayos, cuentos, novelas, guiones de cine (con Jauja ganó en el festival de Cannes), obras de teatro, entrevistas, talleres literarios y podcasts.
Durante el verano de 2023, Casas estuvo dando un taller en Del fondo, la librería y centro cultural que está en una manzana del delirio en Palermo algo. Calles de adoquines en las que nos cruzamos con vendedores de medias, turistas, salieris de Bowie, cartoneros, locales y bares “cool”, la plaza Armenia con chiques jugando y gente sentada en los pedacitos de pasto y tierra que sobreviven al cemento. Un lugar de cruces, quizás una versión distorsionada del jardín antifacista.
En la librería la conversa nos llevó a otros cruces: las técnicas, Hemingway, Simondon, el caldo y la individuación, los talleres literarios, a Envíame tus poemas y te enviaré los míos y al arte de errar.
Texto y fotografías: Héctor Serres / @hacheserres
Decís que una técnica literaria tiene que servir no solo para escribir sino también para vivir. ¿Cuál te sirvió a vos?
En realidad eso está relacionado con la idea de que no sea una pura tecniquería. Cualquier técnica de carpintería, de cocinar, de lo que sea, no solo te sirve para hacer una buena comida, sino que también te sirve para vivir, forma parte de tu vivencia. Hay un cuento de Hemingway que se llama “El río de dos corazones” que cuando lo leés te quedás impactado porque no hay algo que diría que pasa en el cuento. Es un pibe que se llama Nick Adams que va a un campamento, pesca y pasa dos días en el campamento y no pasa nada más. Vos después te das cuenta que tiene un estrés postraumático de la guerra y que precisamente esa técnica para hacer todas esas cosas (vivir, levantarse, cocinar, tatata) lo ayuda a domesticar los demonios. Entonces, de alguna manera poder escribir y poder leer no tiene que ser algo que vos hagas puramente —para mí, ¿no?— por vanidad o porque lográs encontrar el deseo puro de la tecnicidad donde te parece genial cómo se armó. Por ejemplo, todo el taller de verano trabajo bastante en esas ideas: saber esperar, decirle a la gente que no sabés (yo nunca digo que sé. La gente, por lo general, quiere siempre decir que sabe. No está bueno eso), estar abierto a escuchar a los demás, tener un estado de apertura. Una especie de disponibilidad en que uno se pone para vivir, porque no es solamente que vivo porque me pagan el taller y tengo plata y me puedo comprar cosas. Es un estado vital para mí, ¿viste? Yo siento que tengo el privilegio de estar haciendo, entre otras cosas, algo que a mí me produce mucha alegría, que es un afecto que no hay que perderlo, porque me ha pasado en muchos momentos muy malos de mi vida donde iba al taller, salía de dar clases como si hubiera meditado. Entonces, evidentemente la técnica que me servía para dar el taller que precisamente… ¿en qué consiste la técnica del taller? En no tener una estructura fija, entonces me obliga a estar presente.
Vos decís que no los preparás.
Los preparo muy lateralmente. Yo sé, por ejemplo, que hoy es el último taller de verano, que quiero trabajar sobre la idea de corrección, de apertura y traje textos para mostrar y todo, pero está muy atado así. No hay estructura porque para mí la estructura, preparar y ordenar una clase y darla, en mi caso, es como una estafa. Lo siento como que estás estafando a alguien porque la preparé, te la doy y ya está. Entonces, yo puedo no estar presente, pero como yo doy las clases estoy presente. Y aparte me es muy productivo, porque a veces de las clases yo saco cosas que después resuelvo de mi vida cotidiana con mi pareja, con mis hijos, con mis amigos. Y, también, cuando tengo que escribir una columna, un cuento, un relato por ahí surgen de algo que empiezo a laburar en la clase y por ahí digo: Mirá, esto que saqué de la clase lo voy a escribir. Me ha pasado muchas veces que estoy mucho tiempo pensando algo, pero en cambio cuando lo hablo con vos en el cotidiano eso empieza a tener otro tipo de vida. Y digo: Ah, hay que decirlo así.
Termina de cerrar la idea.
Sí, se escribe así, va por ahí, no por lo que yo estaba armando, porque muchas veces cuando uno piensa solo se arma como una estructura de escritor y eso te limita mucho. Medio como que sos un hamster encerrado. En cambio en el caldo… Hay algo que lo veo mucho en Simondon cuando habla del agua pesada en la cual se individua el cristal. A determinado nivel del agua pesada el cristal se empieza a individuar. Esa agua pesada, para mí, es el caldo. Y el caldo no es que es algo que viene de afuera para modificarte a vos. Vos modificás al caldo y el caldo te modifica a vos. Estás en un completo estado de transducción. Entonces, cuando vos me decís: ¿Y cómo te convertiste en escritor? Bueno, fue el caldo, la gente que estaba alrededor mío, la época, la situación, todo accionó sobre mí y yo accioné en parte también sobre la gente que estaba cerca mío.
Es estar atento a lo que pasa.
Y estar disponible también. ¿Qué es lo contrario del caldo? Meterte en un cuarto y aislarte. Si bien algunas cosas se logran solamente en la soledad, evidentemente hay un momento en que uno se tiene que retraer hacia la soledad para poder evaluar y pensar, yo creo que sí… Pero cuando vas a la soledad, ¿de dónde venís? Y, tenés que venir del caldo.
¿Cuánto tiempo estás en estado de disponibilidad?
Y no, no estoy tanto tiempo. Pero, por ejemplo, cuando estoy con las personas trato de estar en estado de disponibilidad. Como con vos, que te digo: Estamos media hora. No estoy acá esperando a que termine, estoy re presente. Eso me costó un montón, pero lo hago. Trato de estar en estado de disponibilidad porque me parece algo muy potente lo que te pasa. Que te llame gente que está enferma, que necesita que vos hables con ellos. Que te llame gente que quiere hacer tal cosa y no lo pudo hacer o que leyó tal cosa tuya y te lo quiere agradecer para mí es un privilegio. Y también debe tener que ver con que escribo poesía, no es que tengo siete mil millones de personas. Para mí es un infierno ser conocido. Me gusta esta cosa de que podés tener vínculos.
Vos destacás a Skay (Beilinson) por ser invisible en la calle.
Claro, estás sentado con Skay en una vereda de Palermo y pasaban… Para mí tiene un don, porque estuvo en el escenario de una de las bandas más convocantes de los últimos tiempos.
¿Vos te considerás poeta, ensayista?
Yo me considero un escritor que puede ir mutando por los géneros. Que seas poeta o no es algo que se va comprobando de acuerdo a lo que te diga la gente. Cuando empecé a escribir, empecé a escribir poesía. Fue como el centro, primero. Muy estructurado: poesía en verso. Después empecé a descubrir que la poesía está en todos lados, en cualquier cosa, muta; que en un encuentro de poesía no hay poesía, que en un libro de poesía cortado en verso no hay poesía y que por ahí en tu remera hay poesía.
En Envíame tus poemas y te enviaré los míos hay eso, ¿no? Las distintas formas.
Claro, eso tuvo que ver con que cuando empezó la pandemia yo estaba cuidando a mi papá que era muy grande, tenía 90 años y se murió, pero no de Covid, sino de viejito. No lo podíamos internar porque no tenía la enfermedad estrella. Y en ese momento yo tenía 2 whatsapp. Uno con mis hermanos y otro con amigos que estaban lejos, que no nos veíamos porque estaban en La Plata, en diferentes lugares. Y a ellos les mandaba poemas que iba escribiendo al lado de mi papá cuando iba. ¿Y viste que están escritos con barritas? Como los escribía por Whatsapp, los escribía con barritas. No tengo la habilidad de escribir…
Con el teléfono.
Claro. Y, a su vez, si el corrector me corregía cosas, las dejaba. Los poemas están hechos así. En un momento mis amigos me decían: No, estos poemas son malísimos y entonces les dije: Estos poemas que les voy a mandar no son míos, son de un escritor que se llama Boy Fracassa y se re coparon, porque les dije que no eran míos. Entonces, empecé a inventar un personaje, les mandé la biografía de él y todo. Ahí empecé a encontrar otra forma de escribir a partir de pensar desde otro otro yo. Y ahora tengo un montón de poemas de ese escritor. Es algo utilizado, un heterónimo que vos usás y de alguna manera dice otra cosa. Cuando te ponés a escribir, es como que te alejás de lo que venías escribiendo, de tu vida cotidiana. Lo pensás desde otro lugar.
Te permitís pensar otras cosas.
Te sirve como una máscara, en el sentido de potencia, para moverte en la fiesta sin que te descubran y poder divertirte. Y de alguna manera también perder tu forma humana, todo lo que tiene que ver con tu biografía, porque estás escribiendo a partir de los intereses de otro escritor.
¿Te termina pesando un poco?
No, lo que me pasa es que por ahí algunos registros se agotan. La máquina, el WhatsApp, que es un objeto virtual, de alguna forma condicionó la forma en que yo… Nos estuvimos individuando juntos, porque lo que yo iba a escribir se condicionaba por la forma en que yo me lo planteaba y a veces me corregía. Por supuesto que hay una especie de disponibilidad de parte mía de aceptar lo que pasaba, que es como una especie de amor al destino.
Sobre Boy Fracassa te iba a preguntar…
Vinieron a verme unos tipos que querían hacer un documental sobre Boy Fracassa, ir a buscarlo al Amazonas pero yo les dije que era… jajaja… un invento. Lo que voy a hacer es sacar el libro en portugués con un prólogo mío y va a salir solamente en Brasil.
¿Sale este año?
No, no sé, porque ahora tengo que entregar una novela, tengo que entregar otros libros, pero en algún momento lo voy a hacer. Va a salir primero allá y por ahí saquemos una edición en Argentina.
Trayendo a casa todo de nuevo, el libro de ensayos de Casas, empieza así:
“Lo que yo busco en la performance de cada
actor es el Hamartia, un término de arquería
que se refiere a la forma en que se yerra, no a
la forma en que se acierta”
Te iba a preguntar sobre Boy Fracassa relacionándolo con la hamartia, ya que es el arte de errar y Boy por su apellido…
El apellido surgió de una charla que tuve con un amigo que se llama Adrián que me dijo que había leído un libro que se llamaba El Capitán Fracasse. Qué buen nombre, le dije. Y tiene algo medio también de Fracassa con doble s pero con la idea de que vas a perder, ¿no? El arte de perder.
Cuando uno va errando pero se va acercando al centro es más fácil que lo contrario, ¿no? Entonces, ¿cómo es cuando vas tirando y le vas errando cada vez más?
Hay algo ahí de tranquilidad. Cuando te ponés a escribir y escribís durante un montón de tiempo, o lo que sea, básicamente le estás errando y vas como calibrando eso. Después, hay una forma en que le erraste pero que para algunas personas esa forma en que vos le erraste fue significativa.
Pero para conseguirlo hay que mostrarlo, ¿no?
Sí, hay que mostrar y, aparte, muchas veces hay que trabajar de manera colectiva, cruzándote con otros autores, con otra gente, robarle, permitir que te roben.
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